nochipa Capitán Pirata


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Publicado: 13/01/06 14:27 Asunto: O.T. Publicacion en revista |
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Hola a todos y una ronda de mi cuenta pues bueno, les cuento, es que estoy orgullosos de mi hermana que acaba de publicar, su primer relato en una revista, y queria compartirlo con ustedes, es sobre el terremoto de 1985 en la ciudad de Mexico, bueno quedan adevertidos ahora solo lenalo los que les interese jejejeje salud a todos
El temblor del 85
Ciudad de México
Lunes 16 de septiembre de 1985.
Pusimos las mesas y las sillas, conseguimos algunos puestos y los adornamos. Todo el día trabajamos como locos para que quedara todo lleno de cadenas tricolores y banderas. Tuvimos incluso que lavar la calle. El balcón de la casa de los Alarcón fue acondicionado para dar el grito con grandes imágenes de los héroes. El castillo que trajeron desde Querétaro quedó instalado a las tres de la tarde como deteniendo el cielo con sus varas más altas para que este no cayera sobre nosotros en forma de lluvia arruinando la fiesta. -Si va a llover, preferiría que lloviera de una vez- dijo Beto Súper mientras veía las nubes grises aglutinadas allá arriba.. Se hizo una coperacha para ir a comprar la bandera pues la de años anteriores estaba hecha un hilacho. El encargado de la misión, Jhony, no volvió con la bandera, no volvió a la fiesta, no volvió con el dinero y la bandera de hilachos tuvo que ser usada. Muchos estábamos preocupados por él, los que más lo conocían no.
Me fui a bañar y a cambiar ya tarde. Leonardo debía instalar el sonido y la música mexicana ya se escuchaba desde mi casa. Cuando llegué a las 9 de la noche cargando mi cazuela de mole con pollo y las tortillas, donación de mi mamá para la fiesta, ya había mucha gente. Los vecinos habían sacado los platillos y acomodado todo, pero Magdalena tenia prohibido que empezáramos a comer. Habíamos ido todas a la Ciudadela a comprar nuestros vestidos el sábado y era hora de estrenarlos envueltas en rebozos de todos colores o en jorongos calientitos, moños en la cabeza y aretes largos.
Cuetes, baile, platillos deliciosos, el popurrí que ensayamos no salió como Magda hubiera querido, pero –nos divertimos- dijo para consolarse. El señor José Carreño dio el grito, eran las once. Cantamos el himno, se encendió el castillo y al terminar llegaron los mariachis que trajeron los Hobart de sorpresa. Bailé y me divertí como loca, ayudé a servir las bebidas y a ponerle a la gente su moñito tricolor con un segurito. A las dos de la mañana, exhausta caí junto a la fogata que prendimos en medio de la calle, junto al parque. Tanta preparación para que durara tan poco. A las 3 de la madrugada Jhony llegó hasta atrás, se fue a sentar junto al fuego. Beto le dijo que no se volviera a tomar una bandera porque esas si hacen daño al hígado, La risa nos despertó a todos y de ahí no dejamos de bromearlo. -Nos debes una- ¿una qué, una borrachera?- no, una bandera. A las cinco de la mañana llegué a mi casa, no sé si a los demás les pasó lo mismo, pero yo me sentí más mexicana que antes. Dormí sólo tres horas y me fui al desfile con mis primos, le habíamos prometido a mi abuela que iríamos como cada año. Estoy agotada
Jueves 19 de septiembre de 1985
Mi casa está sin luz y sin teléfono. Toda la colonia está sin luz. Toda la gente de esta ciudad tiene los corazones sin luz y muchas vidas se han apagado ya para este momento. Todos estamos tristes, desesperados, temerosos. Hoy sucedió en esta ciudad la tragedia más espantosa de todos los tiempos; más que lo de San Juanico, más que ninguna otra. El temblor que me cuentan de cuando se cayó el Ángel parece broma, es más, si el Ángel se desplomó esta vez, no nos hemos enterado y seguro ni sería noticia. Esto es el caos, el caos.
Hoy, a las 7:19 a.m. empezó el temblor. Un temblor que me hizo pararme de la cama, tranquila pero con miedo en el fondo, caminar tambaleándome hasta el marco de la puerta de mi cuarto. Un temblor que me hizo rezar. Mi mamá me gritaba. -Cris, Cris, levántate- y yo ya estaba ahí, frente a ella. Aquello era un temblor como el que nunca habíamos sentido, ni siquiera esperado. La casa, las cosas y nosotros, nos movíamos en un suave vaivén pensando que eso sería todo, pero lo peor vendría segundos más tarde cuando de pronto se convirtió en un movimiento brusco que cambiaba de dirección muy seguido. 7.5 grados en la escala de Rigter y 8 grados en la escala de Mercali, durante una eternidad de dos minutos, una eternidad en la que no hay tiempo de pensar. Petrificados nos quedamos junto al marco de la puerta de mi cuarto, abrazados los tres, sin hablar.
Todo terminó. No había daños a mi rededor sólo algunas conchas marinas del librero se fueron al suelo. En la colonia no había pasado nada tampoco, el susto había terminado y en las calles comentábamos todos las escenas chuscas de quienes se salieron en calzones a la calle, de quien pensó que su hermano estaba sobre la cama vistiéndose sin importarle que él estuviera ahí dormido, del perro listísimo que despertó a su dueño. Mamá ya se había ido a trabajar, se le hacia tarde. Todo parecía volver a la normalidad, pero sólo para nosotros, porque más al centro de la cuidad se vivía el fin del mundo. La mamá de Pablo llegó con un radio de pilas y empezamos a escuchar la magnitud del desastre de forma parcial, el Hotel Regis, La Vaquita Negra, partes de Televisa. En silencio permanecimos escuchando sin reaccionar. De pronto vimos venir a mi madre por la calle como una loca, con la cara empapada y roja moviendo los brazos. – Se cayó todo, mi oficina no existe y quien sabe cuanta gente se murió ahí, todos los que entran a las siete, la señora Raquel estaba ahí segurito, en el octavo piso, ya no existe, está horrible, parece la guerra Cris, así como la guerra, hay miles de edificios y casas caídas por todos lados, la gente camina como loca, la policía les dice que se vayan a sus casas, pero cuales casas, esas eran sus casas; hay gente dando de gritos en las esquinas. Yo no sé que va a pasar pero yo creo que me voy a quedar sin trabajo. Los que estaban escuchándola no podían creer lo que decía y hasta hacían bromas. Pablo nos llamó desde la azotea de su casa, la SCOP estaba incendiándose y varios incendios se veían más allá.
De pronto llegó el primo de Leonardo en una bicicleta, traía la cara desencajada.
-Leonardo, ¿está Francisco en tu casa?- No se- Vete rápido al hospital, creo que el edificio de Francisco se cayó- ¿Estás seguro? – No, pero no se puede ver bien si es el edificio el que está caído, ten, llévate la bici- Adiós Cris, tengo que ir a ver.- Claro- Lo vi alejarse con sus shorts y su playera negra de mangas arrancadas, por todo Cumbres de Maltrata hacia el Hospital General y no lo he visto volver todavía. Me enteré de que regresó para llevarse con él a todos sus hermanos y a varios amigos que encontró, si, era el edificio en donde Francisco vivía el que está ahora derrumbado. En su casa no saben nada aun. Leonardo y los demás seguramente están bien, pero Francisco, dònde está Francisco. ¡Por Dios, que esté bien! He pasado un día angustiada por esto, ya me imagino a su madre. Mañana iré a verla.
Cuando Leonardo se fue, mi mamá me trajo a la casa, no quería que fuera a ningún lado. Marco revisó todo el edificio, incluso los departamentos de los vecinos y aunque es un edificio viejo, dice que no sufrió daños. Nos fuimos al súper, mamá insistía en que debíamos comprar toda su quincena en provisiones porque quien sabe como iba a estar la cosa. Al llegar a Aurrerà, las puertas estaban cerradas y la gente daba vueltas afuera, triste, atónita, silenciosa. Nos asomamos por la puerta de cristal. No había nadie, estaba oscuro y los estantes tirados sobre toda la mercancía destrozada. –Ya lo sabía, va a haber problemas -sentenció mi madre.
Nos fuimos a la casa de mi abuela en la Nápoles. Ahí si hay luz así que nos enteramos de más cosas; se cayó el Centro Medico, cuatro edificios de Tlatelolco en donde murieron novecientas familias, una escuela del CONALEP, muchas casas y edificios particulares en la colonia Roma, el Hospital Juárez, edificios de los multifamiliares en donde vivian más de quinientas familias que quedaron sepultadas entre los escombros. La familia de Verónica vivía ahí, también su novio, ojalà estén bien. Los hospitales están llenos y ahorita, 9:30 de la noche enciende mi mamá otra vela, será para aclararnos la vista, será para darle una luz de esperanza a las muchísimas personas que en estos momentos están enterradas vivas.
No es posible que esto suceda cuando no estamos preparados para ello, ni para nada, somos un país inmaduro, al que un golpe de estos le causa daños irreparables. Se necesita una respuesta de todos, se necesitan voluntarios y ahí están, respondiendo como en los casos difíciles.
Viernes 20 de septiembre.
Ya hay luz y teléfono en mi casa, pero hemos puesto los colchones de las camas cerca de la puerta y pensamos dormir vestidos, por sí acaso. Mi abuela dice que es una tontería, que la cama está a sólo diez pasos de la puerta y que además si te toca te toca, pero mi madre acomodó aquí los colchones. Sé que no podremos dormir hoy de todas formas.
Recorrí las calles buscando a Verónica. Cuando me pude comunicar a su casa muy temprano, Lorena llorando me dijo que se habían ido a buscar a todos entre los escombros y que no habían regresado aun. Mi madre no me dejaba ir sola así que mi tío Adolfo se ofreció para llevarme. En cuanto llegamos a la colonia Roma lo perdí así que pude moverme más libremente. Primero fui a los Multifamiliares, como frente a un espejismo me quedé un rato viendo nubes y cielo azul donde antes había edificio, lo pude recordar perfecto, dieciocho pisos, larguísimos pasillos, una puerta cada diez pasos, doce elevadores escaleras a los extremos y en cada uno de los descansos como entre pisos, otras cuatro puertas de departamentos, en uno de ellos vivía la familia Prida. -Se cayó, se cayó - me repetía mientras miraba. Un montón de escombros formaban ahora una montaña que se comía el parque y la calle. Caminé por la calle y sin saber como ya estaba yo arriba con el pico de un pino a la altura de mis rodillas. En medio de una multitud mis manos recibieron una orden y obedecieron al instante, -separar las medicinas; toqué por primera vez las piedras, es un cachito de azulejo de baño, una agarradera de una jarra de plàstico, un pedazo de cortina rasgada, mientras buscaban medicinas. Por primera y única vez en mi vida, creo haber respirado la tristeza en el aire. El golpetear de un loquer creando un eco lejano que venía de ahí, de donde yo, como autómata, buscaba. Un muchacho junto a mí sirvió de voz a un grito que no pudo salir de mi garganta, se pidió silencio y este inundó el lugar hasta que el golpetear volvió insistiendo. Una lluvia de brazos más fuertes que los míos cayeron sobre el punto que miraban cientos de ojos vivos en busca de unas pupilas que respondieran a la luz; poco a poco me fueron desplazando hasta que quedé en medio de la calle. Vi como sacaron el loquer, un montón de ganchos con ropa, el cuerpo grisáceo de una mujer, -¡Es una mujer! ¡Es Sonia!- Gritaban por todos lados. Los aplausos de la multitud me volvieron al mundo pisando un pavimento firme al menos en ese momento, fue cuando pensé en Leonardo, eran ya las tres de la tarde.
Camino hacia Cuahutemoc. Veo la Secretarìa de Comercio con la mitad de los pisos derrumbados sobre la otra mitad. Pienso y siento un escalofrío de imaginar que esto hubiera sucedido media hora después, cuando mi madre ya hubiera estado en su oficina. Intento llamarle, aún no hay líneas. Llego a la reja del Hospital General. El edificio de residentes donde vivía Francisco se encuentra completamente colapsado. Los soldados acordonan las instalaciones y no permiten la entrada a nadie; ahí están Magda y Lourdes, ellas han tratado de entrar pero los soldados ni siquiera contestan a las suplicas. Magda está furiosa, se suponía que el ejercito estaba ayudando. -Valiente ayuda, aquí paradotes sin mover un dedo, entorpeciendo el trabajo de la gente.- Por las rejas veo a Leonardo y le llamo. -No, mejor no entren, -me dice- aquí ya somos muchos por ahora y es posible que Francisco esté en un hospital, tienen su nombre en unas listas de heridos que se llevaron a otros hospitales, mejor vayan a buscarlo, por ahí traen las listas.
Efectivamente vi su nombre escrito, tres listas distintas, tres hospitales distintos. Fuimos a los dos primeros y nada, no lo tenían registrado. Camillas improvisadas saturaban los pasillos hasta la calle. Las enfermeras hacían conjuntos de camas para abocarse a un determinado número de heridos, -Estos son los míos- decían.- No señorita, no tengo yo a ningún Francisco.
Llegamos al hospital Adolfo López Mateos. Cama 327, Francisco Bucio Montemayor. -Sólo puede pasar una persona- Subí al tercer piso por las escaleras, elevadores y pasillos saturados, era un hervidero de gente. Entré a una habitación compartida por diez enfermos. Su cama estaba rodeada por cortinas blancas de techo a piso. Moví la cortina esperando encontrarlo. Una enfermera bajaba un suero del gancho, mientras en la cama yacía un cuerpo con la sábana cubriéndole la cara. La enfermera se volvió hacia mí –¿Es su pariente?- me dijo- Lo siento. ¿Es Francisco Bucio? Preguntè con la voz apenas saliendo desde el estómago. Ella se asomó a leer una tarjeta que estaba sobre la pared. –Si- contestó mientras con su mano corría la sábana. Un hombre mayor era el cadáver. No, no es él, él no es Francisco Bucio.- ¿Está usted segura? -dijo asustada -Debe haber un error, déjeme preguntar- continuó y salió para buscar a la jefa de piso quien al entrar insistió en que era Francisco Bucio Montemayor. –Es del temblor ¿no?- me pregunto.-Si, Francisco es del temblor, pero no es este señor. – Va a tener que firmarme un papel, que tal si este señor tiene otro nombre y lo van a dar como desaparecido. Firmé el papel que me pusieron enfrente sin leerlo y salí corriendo a buscar a mis amigas. A las 7:45, cuando les contaba la insólita historia y preguntábamos si no estaría en otra cama equivocada, tembló de nuevo. La gente se arremolinó en las puertas de salida, un solo grito largo y afilado cubrió el espacio. Enfermos abandonaron a pie o en brazos de sus parientes las camillas y salieron a la calle semidesnudos, en un sollozo mujeres pedían clemencia al cielo arrodilladas frente a los automóviles encendidos, la luz de la calle que parpadeaba para finalmente irse por unos segundos. Personas que histéricas se niegan a volver a entrar al hospital, calma que llega poco a poco mientras la paranoia nos hace seguir temblando sobre la tierra firme.
Regresamos a darle la noticia a Leonardo. Francisco no está en ningún hospital, está ahí, entre los escombros; el que esté vivo o muerto, no puede saberse hasta que aparezca, pero yo puedo sentirlo vivo, sé que en la ley de la vida, sólo los fuertes sobreviven y él lo es. Por ahí debe andar.
No encontré a Verónica por ningún lado, me acerqué a una carpa en donde se acomodaban los cuerpos rescatados, no me atreví a entrar. Corrí por Orizaba en busca de un teléfono que funcionara para llamar a mi madre y que me dejara quedarme, desde una esquina mi tío Adolfo me gritó. Le pedí que me llevara al hospital General pero sin decir palabra me trajo a mi casa, venía como si lo hubieran drogado, que, viéndolo bien, algo hay de eso.
Cuando llegué a casa le rogué a mi madre que me dejara ir toda la noche, pero con el 2º temblor, la encontré llorando de que yo no aparecía, Estoy furiosa, no me ha dejado quedarme con Leonardo en el hospital y yo tenía miles de cosas que hacer allá. Creo que esta noche se me va a hacer eterna aquí metida, pero ya le dije que mañana me voy a las seis de la mañana, son las 11:30, faltan seis horas y media para irme, carajo. Marcos ya iba a convencerla, pero de pronto salió con que: -bueno, la verdad es que tienes que descansar un poco o mañana no vas a funcionar.- ja, ja, ja. Leonardo, no ha dormido dos días seguidos y sigue trabajando y yo aquí desperdiciada. Ya quiero que amanezca, sé que puedo ayudar, sé que hago falta.
Sábado 21 de septiembre
Hoy me subí a un pesero para irme por el eje central. Los peseros, los teléfonos públicos y hasta los taxis son gratis ahora, también los hospitales más caros están regalando sus servicios. Fui escuchando las noticias en el camino. La gente se ha volcado a las calles para llevar medicinas, ropa, cobijas, herramientas, etcétera, a las colonias afectadas. El locutor pide a la población que ya no traigan mas cosas, que las lleven al CREA o a la Cruz Roja para que haya una mejor distribución. No habrá clases en las escuelas hasta próximo aviso; los hospitales están al tope; los bancos no han abierto. El Aeropuerto apenas reabriría hoy. Los cadáveres, que aun no han podido ser contados, están en el campo de béisbol, en viaducto, para ser identificados. Muchos edificios están en peligro de derrumbarse todavía y la gente ha dormido en las calles con todas sus pertenencias. Màquinas enormes remueven delicadamente los escombros pero en algunos lugares, la gente no les permite entrar por temor a que causen màs muertes. Sobrevivientes narran sus experiencias. Hay un hombre atrapado en los escombros de lo que era Televisa, se pueden comunicar con él pero no lo han podido sacar. Miles de voluntarios han inundado la zona de desastre para ayudar, todos traen sus picos, sus palas, sus linternas. Me bajo del pesero orgullosa de formar parte de esa multitud de mexicanos unidos ahora como nunca, unidos para ayudar.
Vi a Leonardo por la reja, me sonreía con una mueca extraña, con la mirada perdida, con las manos cortadas, con la cara, el pelo y la ropa blanca de polvo. Le tome las manos viendo sus heridas. –Ya nos vacunaron contra el tétanos a todos- me dijo sonriendo, parecía darle gusto verme, traía los ojos rojos de más de cuarenta horas trabajando sin parar para irónicamente desenterrar a su hermano de aquella que ya había sido la tumba de muchos –Cris, consíguenos unas cobijas, queremos dormir un rato, ya hicimos una especie de campamento con una lona, pero no tenemos cobijas.- Me paré en la calle buscando un taxi, pero lo que se detuvo fue una patrulla, ahí aprendí a dar ordenes. Me lleva por favor al CREA, necesitamos algunas cosas.-Claro que si señorita, suba.- Llené la cajuela con pacas de cobijas y tres anafres fueron amarrados al techo de la patrulla. En la puerta del Hospital General, los policías me dejaron orgullosos de haber servido a la causa. –Lo que se le ofrezca señorita, estaremos por aquí.- En el mismo tono y omitiendo el por favor, dije en la puerta. -Vengo a entregar estas cosas a los hombres que están trabajando allá adentro- y milagrosamente los dos soldados que custodiaban la puerta se hicieron a un lado para dejarme pasar. A partir de ese momento sólo he dado ordenes y todo ha sido posible.
Pasé la mañana arreglando el campamento, logré armar como treinta camas para dormir y la gente ha podido descansar a ratos. A medio día me fui a la cocina que era un caos. Entre Lourdes, Magda, yo y otras señoras, le dimos orden a la cocina y empezamos a servir comida y a preparar la cena, muchas personas han llegado a comer en esta cocina que por fin funciona. No ha dejado de haber cola para pedir alimentos. Hace un ratito una señora de las Lomas trajo en su coche último modelo, tres ollas enormes de pozole hirviendo. La señora, su marido y su muchacha, nos ayudaban a servir. Leonardo y sus hermanos llegaron justo a tiempo para comerse un buen plato de pozole ya que los franceses y sus perros volvieron a subirse a los escombros para ver si olfateaban vida, Leonardo esta enojado porque los franceses sòlo hacen perder el tiempo. Leonardo y sus amigos, primos, tíos y demás, que son como cien de la colonia ya están sobre el piso de Francisco, han ido siempre un piso más adelantados que el resto de los voluntarios que trabajan en el edificio o que están en gineco-obstetricia, a un lado. Pero ahora los franceses y luego operará la grúa para quitar la losa del quinto piso para entrarle al cuarto de Francisco. Hay tiempo para cenar y para Leonardo este plato de pozole fue la gloria. El caldo caliente les devolvió la energía de manera sorprendente y ahora volverán al trabajo. Yo he tenido un minuto de respiro y estoy histérica pues ya van a ser las ocho y voy a tener que irme a mi casa. No tengo premiso para más tiempo.
Le hablé en la tarde a Verónica. Ella contestó el teléfono. –No Cris, no te imaginas- me dijo en cuanto escuchó mi voz- El edificio de dieciocho pisos en donde vivía mi abuela y Edgardo, desapareció, ya no existe. No sabes la cantidad de cadáveres que he tenido que ver para identificarlos a todos. Ninguno sobrevivió de mi familia, ya los fuimos a enterrar, no quisieron que los veláramos, teníamos que enterrarlos de inmediato, bueno, además no había velatorios disponibles y mi mamá no quiso traerlos a la casa, no íbamos a caber. Esto es horrible, acabo de llegar, quiero cambiarme y volver, Edgardo no aparece. Su padre había salido de su casa media hora antes, cuando le tocó el temblor se regresó y encontró que ya no había nada; perdió a su esposa, a sus tres hijos y su casa, Lo perdió todo ¿tu crees que haya más que perder? No habla, està caminando alrededor como loco. Yo vi cuando sacaron a la hermanita de Edgardo y el señor ya no me hizo caso cuando le avisé que era ella. Ahí nos quedamos para ver cuando saliera Edgardo, pero no, tuve que ir a enterrar a los míos y me vine, al rato voy a ver que pasó, porque hasta que no tenga a todos, no le entregan los cuerpos. Mi madre está ahora encerrada en su cuarto dando de gritos. No me quiere abrir, está muy mal. No sé que va a pasar- Si, entiendo-le dije cuando por fin guardó silencio.-Yo estuve ahí en los multifamiliares Juárez un rato, pero no te encontré. Y luego volví y nada. Ya vi todo.- Entre sollozos nos despedimos.
26 de septiembre
Hoy es ya el octavo día y la tormenta en esta ciudad no ha pasado, falta mucho para que veamos la calma y no creo que vuelva a ser, para muchos, tan clara como la habíamos conocido. En esta ciudad, ya cada quien tiene su historia; unas tan simples como haber hablado al canal 11 para decir a alguien que estaba lejos que él y todos aquí estaban bien. Otras muy complicadas como las historias de aquellos que en dos minutos vieron por completo cambiar de golpe su destino, perdiendo a todos y todo; aquellos que debían tomar una decisión para la que nunca estuvieron preparados: -Ampúteme una pierna, pero sáqueme ya.
Mi historia fue dura como tantas otras, pero en ella hubo un milagroso final feliz, en realidad no esperaba otra cosa y a veces me pregunto si será bueno estar acostumbrada a este tipo de finales.
A las ocho de la noche debía irme a mi casa, me despedí de Leonardo, dejé todo listo en la cocina. Cuando atravesé la reja vi una hilera larga de voluntarios que querían entrar a ayudar. Les habían prometido que en cuanto salieran algunos irían entrando. Permanecían callados en espera. En la fila distinguí a un grupo, eran mis primos los Laborde. Los saqué de la fila, caminé segura hacia la reja, lancé la orden tan imperativa como fuese posible -Estos hombres van a pasar.- La reja se abrió y estuve de nuevo adentro con la posibilidad de quedarme toda la noche ya que mi madre me daría permiso sin problemas si mis primos se encontraban ahí y así fue. Volví a mi lugar en la cocina con la tarea de repartir cien tortas por todo el hospital.
Como si se levantara una sábana, vimos como la máquina removìa la losa del quinto piso. Las luces de reflectores potentes alumbraban sin piedad lo que aparecía bajo la losa. Los voluntarios volvieron a subir a la montaña de escombros, ahora seguía retirar piedra por piedra. Para entonces ya había un sistema bien organizado, se hacían hileras para pasar cubetas con piedras. Camillas improvisadas con tablas se preparaban para retirar cuerpos. Leonardo ya estaba arriba, listo para entrar al cuarto donde vivía su hermano. Entre las piedras vió pelo, reconoció una cabeza. Se acercó tropezando, se inclinó y tomó entre sus dedos un mechón que arrancó con una facilidad sorprendente. Volteó hacia la luz de un reflector para reconocer el cabello, definitivamente no era de Francisco. Atrás de él, su hermano mayor, Rodolfo, pedía silencio. Eran las 10:30 de la noche. Aunque quisiera decir algo, enmudecí cuando escuché el grito de ¡vida! Aquel lugar en donde más de cien personas ponían su mirada, era exactamente en donde Leonardo y los demás habían puesto su trabajo y sus esperanzas. Francisco adentro, bajo las piedras, movía su mano tratando, en su delirio, de tomar agua; que en realidad era la luz que al quitar la losa había caído de pronto como una franja blanca y brillante en su sepultura. Rodolfo, al ver que la mano seguía moviéndose gritó -¿Quién eres, quien eres?. Francisco despertó al escuchar la voz de su hermano. Soy Francisco.- ¿Francisco qué? –Francisco Bucio.
Aquello era más que increíble, era la fe en persona, aquella que movía montañas y que ahora movía escombros y edificios. Leonardo caminó hacia atrás hasta bajar la montaña, buscó a su padre, nos abrazamos, después fue a sentarse tranquilo a una banqueta a esperar a que sacaran a su hermano. Dos horas se tardaron en sacarlo. Tuvo que entrar un topo a cortar algunas varillas que le mantenían la mano atrapada. Un francés indicó que debían cortarle la mano. Rodolfo lo agarró de la camisa y le dijo – Nadie le va a cortar nada. Es estudiante de cirugía plástica y es su mano derecha, así que tendrán que salvársela.- El francés desapareció. Vi llorar a todos, mis primos me abrazaban, la alegría y la paz habían anidado en nosotros poco a poco mientras lo íbamos creyendo. Mi suegro me dijo: -tenias razón Cris, es muy fuerte, es un roble.- Francisco salió de los escombros como si estuviera naciendo. Un hombre como de cincuenta años me preguntó - ¿Es algo de usted ese muchacho?- Si, es hermano de mi novio- ¡Es su cuñado!- dijo alegre y se inclinó, metió su cabeza entre mis piernas y me levantó en sus hombros mientras decía -Esto usted lo tiene que ver- Cuando Francisco sintió por fin el aire de la noche dijo con voz aliviada –Estoy bien, quiero una coca- Leonardo corrió a la puerta, preguntó a los voluntarios formados allá afuera, le pasaron el refresco, lo destapó con los dientes y cuidó que la bebiera. Fue increíble ver como su padre, sus hermanos, todos sus amigos recobraban la vida. La ambulancia no arrancaba y hubo que empujarla.-No pongan la sirena por favor, y váyanse tranquilos- ordenaba Francisco- quiero llegar vivo al hospital.- Entre risas y alegría, vimos a la ambulancia alejarse. La lluvia empezó a caer, nadie se sintió mojado. Leonardo y los demás subieron de nuevo a los escombros, aun había mucho que hacer y mi deber era volver a la cocina hasta que amaneciera. -Señor, échele ganas que le voy a preparar un súper desayuno.
A las siete de la mañana, tomamos un pesero que nos llevó en sentido contrario por el Eje Central hasta la colonia. Caminamos por el eje cinco, en medio de la calle, la habíamos tomado. Cada quien iba metido en su silencio, éramos como doce. Un sol naranja y congelado nos daba la cara. Las làgrimas de aquella madrugada, el polvo y el frío petrificaban nuestro rostro, apenas se notaba la sonrisa. La gente nos miraba tratando de adivinar, no adivinarían nunca y no traíamos fuerza para contarlo ahora. En mi cabeza retumbaban los cuetones de un quince de septiembre que parecía lejanísimo y mi pensamiento repetía sin descanso la estrofas:
“¡Patria! ¡Patria! tus hijos te juran, exhalar en tus aras su aliento, si el clarín con su bélico acento, los convoca a lidiar con valor..."
"... y tus templos, palacios y torres, se derrumben con hòrrido estruendo, y tus ruinas existan diciendo: de mil héroes la Patria aquí fue, de mil héroes la Patria aquí fue.” _________________ Nochipatzin (Nunca digas todo lo que sabes, pero siempre debes saber lo que dices) |
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